Por: Tatiana Rodríguez
La emoción es movimiento, he leído en alguna parte. Esa frase, que en inglés es un juego de palabras (“emotion is motion”), me encanta y un poco es lo que me mueve a escribir esta nota.
Cuando hablamos de emoción, nos referimos a un sentimiento que ocurre en el cuerpo, en un cuerpo. Hay palabras (miedo, alegría, tristeza, enfado, etc.) que son el signo que sirve de referente a la cosa que es la emoción. Pero el fenómeno emoción, es algo que pasa, sucede, se alberga y se procesa a partir de una experiencia corporal. De ahí, ese lenguaje no verbal que connota la emoción y que le permite al “buen entendedor” percibir que algo sucede sin que medie palabra alguna.
La Inteligencia Emocional (IE) es, de forma simple, esa capacidad que tenemos los seres humanos de identificar y manejar las emociones propias y las de los demás, permitiéndonos adaptarnos al ambiente que nos rodea, de forma que se faciliten las relaciones y el comportamiento interpersonal.
Este concepto, popularizado por el psicólogo Daniel Goleman después de la publicación del libro “La Inteligencia Emocional” (1995), se considera un indicador determinante del éxito de una persona en su lugar de trabajo, incluso por encima de lo que pueda ser su preparación académica o vocacional.
Si logramos detenernos y razonar acerca de los sentimientos y emociones que experimentamos (siendo conscientes de lo que pensamos, lo que nos estimula o provoca) podemos controlar la manera en que reaccionamos, comportamos y proyectamos ante una situación determinada.
Al igual que hay una serie de factores que son determinantes de la IE (ver modelo de Salovey & Mayer en el gráfico abajo), hay destrezas que podemos desarrollar para alcanzar y mejorar nuestro nivel de aptitud emocional.
A pesar de (o gracias a) que no contamos con indicadores para medir la IE, basta con observar para darse cuenta que contar con cierto grado de dominio y control de nuestras emociones nos ayuda a tener mejores relaciones interpersonales y a que nos llevemos mejor con nosotros mismos y con los demás.
La danza, como en tantas otras instancias de la vida, es un arte/disciplina que ayuda a mejorar y desarrollar destrezas socio-emocionales, aun cuando no sea un fin en sí mismo. Recordemos que la danza es en sí misma un lenguaje de comunicación no verbal. En este artículo, por ejemplo, se menciona que esto ocurre a través de: la expresión creativa, la comunicación efectiva, la autorregulación (o autocontrol), la aceptación de los demás (tolerancia), y la autoconfianza (seguridad en sí mismo).
Pienso, por ejemplo, en cuando encontramos en nuestro cuerpo ese movimiento simple que nos permite expresar el sentimiento que queremos transmitir al bailar. O cuando, a pesar de estar seguros de que estamos dando el máximo, podemos tomar la crítica de nuestro ensayador de manera constructiva (entendiendo que ¡siempre se puede más!) y no caer en frustración o sentimientos de fracaso. O cuando estamos bailando en pareja y podemos expresarle de manera respetuosa a nuestro partner que necesitamos que nos apoye un poco más en determinado paso, reconociendo su esfuerzo y generosidad (sin tener que meterle un cocotazo al final del pas de deux… ¡lo he visto!). Seguramente pueden continuar la lista infinito. Adelante.
Detengámonos a pensar en cómo facilitamos el desarrollo de la IE en nuestros alumnos. Las destrezas socio-emocionales, al igual que todo aprendizaje, se pueden desarrollar con práctica y observación continua. Los bailarines, eternos estudiantes (estudiamos más que ningún otro profesional en el mundo), tengamos la seguridad de que la danza nos brinda las herramientas para lucir en cualquier escenario que nos ponga la vida… ¡Se brillante y baila!
Referencias:
https://www.psicoactiva.com/blog/la-inteligencia-emocional/
https://elpais.com/elpais/2018/10/24/ciencia/1540372846_255478.html)
https://www.extendednotes.com/after-school-articles/using-dance-to-boost-social-emotional-skills